De muchos es el placer compartido de sacarse por un momento los zapatos, aquellas frÃas prisiones, y dejar que los pies deambulen libremente. Ni siquiera los médicos tienen reparos en argumentar lo beneficioso de este ejercicio.
El pasto húmedo acariciando las plantas, una zona tan suave y delicada; la tierra dejando pequeños fragmentos cafés, un recuerdo de si misma en nosotros; el agua mojando nuestros pies, frÃa y refrescante, luego del arduo caminar; las piedras dificultando el paso, presumiendo de su aspereza en contraste con nuestra débil piel, la tierra mojada de la playa al atardecer; o incluso, el piso de madera, la fina alfombra o el raso tapis.
Quizás este agradable placer se produce en nuestro cuerpo como si fuera un sentimiento de melancolÃa, dentro de un dulce reencuentro con aquellos tiempos de antaño, cuando andar descalzo no era mal visto ni sinónimo de pobreza. Ya se imaginarán que para nuestros pies, el calzado fue un mal necesario.
Quizás se debe a la tranquilidad de sentir la tierra, ya que al usar zapatos nuestros pies no saben si esta se encuentra ahà o no. O solo se deba a la sensación de volver a quedar a merced de la naturaleza, a la espera de la aventura o la lucha de sobrevivencia. Y para quienes usan tacones, liberarse de aquella tortura no puede producir más que regocijo.
Yo no sé, tal vez para cada pie represente algo distinto, algún dÃa deberÃan preguntarle a los suyos qué opinan.
Estas nominada en mi blooog :D
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